"Todas Somos Luciérnagas"

En nuestro recorrido como luciérnagas conscientes, hemos hablado de nuestra luz y de cómo protegernos de quienes la drenan. Pero hoy, es necesario mirar hacia un rincón más oscuro del bosque; hablemos de aquellas que intentan volar más alto pisando las alas de las demás.
Existe una falacia mental peligrosa, una ilusión óptica del ego, que hace creer a algunas personas que, para brillar más, deben apagar a quien tienen a su lado. Es la arquitectura de la envidia y créanme: a veces no necesitan decirlo; a veces solo se siente. No se trata de desear lo que tú tienes, sino de la angustia insoportable que les provoca ver que tú eres capaz de tenerlo, mientras ellas se sienten vacías.
Desde la geopolítica hasta la dinámica de oficina, la historia está llena de imperios y personas que construyeron sus tronos sobre la destrucción ajena, creyendo que el éxito es un juego de suma cero: "para que yo gane, tú tienes que perder", creencia absurda.
Pero, quien pisotea a otra persona para sentirse superior, no está demostrando fuerza, sino una fragilidad aterradora. Es una luciérnaga que ha olvidado cómo generar su propia luz y, en su desesperación, cree que robando espacio aéreo o denigrando el vuelo ajeno o, peor aún, sufriendo en silencio ese coraje que envenena su propia alma, ganará altura. Pero hay una ley física y espiritual que olvidan, la cual, aplica para todos los seres conscientes: no se puede sostener el vuelo apoyándose en cuerpos que has derribado. La base es inestable y la caída, inminente.
Esta ley es más que una ciencia que aún no terminamos de explicar con fórmulas matemáticas. A menudo pensamos en el karma como un castigo, una venganza divina que espera "a la vuelta de la esquina" con un garrote. Pero es mucho más sutil y perfecto que eso.
El Karma es la Ley del Retorno o la Tercera Ley de Newton aplicada al alma: a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y en sentido contrario.
Quien siembra vientos de intriga, envidia y daño deliberado, inevitablemente cosecha tempestades de soledad y desconfianza. No es que el universo las castigue; es que ellas mismas han tejido una red de energía densa en la que terminan atrapadas. La persona que vive comparándose y destruyendo, vive en un infierno portátil: el de su propia insatisfacción crónica. Aunque logren el puesto, el reconocimiento o la "victoria" momentánea, nunca logran la paz. Y sin paz, la luz no se sostiene. Quiero que sepan mis adoradas luciérnagas, que la mejor venganza es tu propio brillo y sobre todo, la paz en tu propio vuelo.
Entonces, mi querida luciérnaga, ¿qué hacer cuando te encuentras con estas depredadoras de luz? Cuando sientes el pisotón injusto de la envidia.
La historia y la espiritualidad nos enseñan que la resistencia no es el ataque, sino la elevación. No te ensucies las alas bajando al lodo para pelear. Entiende que su comportamiento no tiene nada que ver contigo, sino que se debe a sus propias carencias no resueltas, a su propia amargura, a su mediocridad mental.
Deja que la Ley del Retorno haga su trabajo; es puntual y precisa. Tu tarea no es ser la jueza ni mucho menos un verdugo. Tu tarea es seguir volando. Cuanto más alto vueles, más difícil será para la envidia alcanzarte.
Recuerda que las luciérnagas que necesitan apagar a otras para ser vistas es porque, en realidad, nunca se enfocaron en alimentar su propia luz. Tú enfócate en tu frecuencia, tu luz. La oscuridad ajena nunca podrá extinguir una luz que se alimenta de su propia verdad.
Hasta el próximo vuelo, mientras tanto, levanta tu carita, extiende tus alas y vuela lo más alto que puedas. Siente la paz de que tú brillas con luz propia.
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EL VUELO PESADO: la envidia y la inevitable ley del retorno
Por: Meliza Sandoval
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